La fundación y San Damián
Con el corazón firme en la llamada de Dios, nuestra madre Santa Clara de Asís decidió abandonar todo para seguir a Cristo en pobreza y sencillez. Su encuentro con San Francisco de Asís marcó un camino nuevo de vida evangélica, centrada en la oración, la fraternidad y la entrega radical a Dios.
La noche del Domingo de Ramos del año 1212, huyó en secreto de la casa paterna, dejando atrás su noble linaje y comodidades. San Francisco la esperaba en la Porciúncula, la pequeña capilla que él mismo había restaurado. Allí, le cortó el cabello como signo de consagración total a Cristo.
Durante algunos días fue acogida en varios monasterios para protegerla de la oposición familiar. Finalmente, Francisco la llevó a la iglesia de San Damián, restaurada por él tras escuchar la voz de Cristo crucificado: «Francisco, repara mi casa, que como ves, está en ruinas».
El monasterio de San Damián fue el lugar donde floreció esta nueva forma de vida contemplativa. Clara, junto a sus primeras hermanas —entre ellas su hermana Inés y su madre Ortolana—, vivió en clausura dedicada a la adoración, el silencio fecundo de la oración y la entrega radical a Dios. Así nació la Orden de las Hermanas Pobres, luego conocidas como las Clarisas.
La Regla de Santa Clara
Al inicio, vivieron según una forma de vida sencilla redactada por San Francisco: la Formula Vitae, centrada en pobreza, humildad y fraternidad. Con el paso del tiempo, Clara escribió su propia Regla, convirtiéndose en la primera mujer en la historia de la Iglesia en escribir una regla monástica.
Esta Regla fue confirmada solemnemente por el Papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253, tan solo dos días antes de su muerte. En ella destaca el Privilegio de la Pobreza: el derecho a vivir sin propiedades ni rentas, dependiendo totalmente de la Providencia divina. Fue una auténtica revolución en el contexto monástico del siglo XIII.
La Regla de Santa Clara no es solo normativa, sino profundamente espiritual: centrada en Cristo pobre y crucificado, en la fraternidad y la alegría de vivir el Evangelio con sencillez.
El hábito franciscano
Las Clarisas visten con la misma sencillez que abrazó Santa Clara: un hábito marrón o terroso que simboliza la humildad y el desapego del mundo. Este signo exterior expresa la consagración total y el deseo de conformarse a Cristo pobre y crucificado.
La túnica es sencilla, de lana, como la usaban los primeros franciscanos. El cordón franciscano con tres nudos representa los votos de pobreza, castidad y obediencia. El velo oscuro cubre la cabeza como signo de consagración, y las sandalias evocan el espíritu humilde y penitente franciscano.
Cada elemento del hábito habla de desprendimiento, comunión con los más pobres y disponibilidad absoluta a la voluntad de Dios. El carisma de Santa Clara sigue vivo hoy en comunidades de todo el mundo.
Clarisas hoy
Cerca de nueve mil clarisas en el mundo siguen a Cristo según la regla de Santa Clara. En España, existen aproximadamente 180 conventos organizados en federaciones. En 1231, dos discípulas directas de Santa Clara se trasladaron a Carrión de los Condes e inauguraron en 1260 el convento de Santa Clara más antiguo de España.
Santas Clarisas
- Santa Inés de Praga: princesa bohemia que dejó el lujo por seguir a Cristo. Fundó el primer monasterio fuera de Italia. Clara la llamó su “hermana del alma”. Leer más
- Santa Catalina de Bolonia: artista y mística, su amor a Cristo la hacía verlo en toda la creación.
- Santa Verónica Giuliani: marcada por los estigmas, amó a Jesús con pasión total. Leer más
- Santa Eustaquia de Calafato: marcada por los estigmas, amó a Jesús con pasión total.
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¿Qué dice una clarisa al mundo en el siglo XXI?
La clarisa no habla al mundo con discursos, habla con su vida. Una vida que es ya un adelanto de la vida futura, en eterna contemplación del Amor, del único Amor, del amor que llena de verdad el corazón. En un mundo en el que sólo se valora lo que se posee, desde la clausura, la clarisa ama al mundo y al prójimo por lo que es, un fruto del Amor de Dios por los hombres. Su silencio es clamor, su pobreza es riqueza, su oración es don para todos.